El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.
JUAN 3:8
Obsérvese lo llamativo de la figura. El viento desafía el poder del hombre. Es tan soberano en su influencia como irresistible en su fuerza. No podemos ordenarlo ni podemos controlarlo. Está tan fuera de nuestro poder convocarlo como calmarlo. Viene y no sabemos dónde; se va y no sabemos dónde. «Así es todo aquel que es nacido del Espíritu». No decimos que el Espíritu no sea resistido; es resistido de manera fuerte y perseverante. Pero no es dominado. Toda la enemistad y la carnalidad del corazón se levantan en directa oposición a Él, pero cuando está empeñado en una misión de amor y cuando viene a salvar conforme al propósito eterno, ni todos los poderes de la tierra o del infierno pueden resistirle eficazmente. Como la fuerza poderosa, Él derriba toda oposición, destruye toda barrera, vence toda dificultad, y el pecador, «dispuesto en el día de Su poder» (Sal. 110:3), es llevado a los pies de Jesús para sentarse allí mansa y agradecidamente «vestido y en su sano juicio». ¿Quién puede resistir el poder del Espíritu? Ya sea que hable con la «suave y pequeña voz» de un amor tierno y persuasivo o que venga con el «poderoso viento» de una convicción profunda y abrumadora, Su influencia no se apaga y Su poder es irresistible. Él obra eficazmente en los que creen.
Pero Su operación es tan soberana como poderosa. Viene a quien quiere, viene cuando quiere y viene de la manera que quiere. Sopla donde quiere; oímos el sonido, vemos los efectos; pero no revela a los mortales cómo actúa, por qué actúa y por qué lo hace de una manera determinada. Así es, oh Espíritu bendito y eterno, porque así parece bueno a Tus ojos.