Leemos las historias de los primitivos que han sufrido, pero no con un espíritu preparado para seguirlos. Algunos los censuran como demasiado pródigos de su sangre y otros elogian su coraje y constancia. Sin embargo, ¿dónde están los que sinceramente toman la resolución y se preparan para ser seguidores de ellos, quienes «por la fe y la paciencia heredan las promesas» (He. 6:12), o para tomarlos «como ejemplo de sufrimiento y de paciencia» (cf. Stg. 5:10)?
Es tanto nuestro interés como nuestro deber el estar oportunamente despiertos de nuestra agradable pero muy perniciosa somnolencia. Las aflicciones nos hundirán y nos serán intolerables aún más cuanto más nos tomen por sorpresa. Porque, así como la expectativa desflora cualquier consuelo temporal al absorber su dulzura de antemano —y de esta manera encontramos menos en ella cuando llegamos al disfrute presente—, así mismo la expectativa de los males disminuye mucho el temor y el terror al acostumbrar nuestros pensamientos de antemano a ellos y preparándonos para ellos, de modo que no los encontremos tan penosos, sorprendentes e intolerables cuando lleguen de verdad.
Esto nos lo ejemplificó muy vivamente el santo Sr. Bradford, el mártir, cuando la esposa del guarda de la cárcel entró corriendo a su cámara diciendo: «Oh, Sr. Bradford, le tengo muy malas noticias: usted será quemado mañana. Su encarcelamiento en este momento ha sido comprado, y ahora debe ir a Newgate». Se quitó el sombrero y mirando hacia arriba dijo: «Oh, Señor, te doy las gracias por esto. Esto es lo que he estado esperando y lo que he estado anhelando. Esto no me viene de manera inesperada, el Señor me está haciendo digno de ello». Vean en este ejemplo la ventaja singular de un alma preparada y lista.