Contigo está el manantial de la vida.
SALMO 36:9
Contempla, ¡qué manantial de vida es Dios! Todas las inteligencias, desde el más alto ángel en el cielo hasta la más humilde criatura en la tierra, extraen de Él todo el aliento de su existencia. «En Él vivimos, y nos movemos, y somos» (Hch. 17:28). Pero Él es más que esto para la Iglesia. Él es la fuente del amor, así como de la vida. Los espíritus de los «justos hechos perfectos» y de los redimidos en la tierra sacian sus almas sedientas en la plenitud desbordante del amor del Padre. ¡Cuánto necesitamos esta verdad! ¡Cuántos puntos de vista limitados, concepciones injustas e interpretaciones erróneas hemos albergado de Él, simplemente porque pasamos por alto Su carácter de Fuente de aguas vivas! Nosotros «limitamos al Santo de Israel». Lo juzgamos por nuestra pobre y estrecha concepción de las cosas. Pensamos que Él es tal como nosotros mismos. Olvidamos, en nuestros acercamientos, que nos estamos acercando a la Fuente Infinita. Olvidamos que cuanto más pedimos a Dios, más recibimos; y que cuanto más a menudo nos acercamos, más bienvenidos somos. No podemos pedir demasiado. Nuestro pecado y Su deshonra es que pedimos muy poco. Olvidamos que Él es glorificado al dar. Y mientras más gracia reparte a Su pueblo, más abundantes son los ingresos de alabanza que recibe a cambio. Cuán digno de tal Fuente infinita de amor y gracia es Su «don inefable» (2Co. 9:15). Vino de un gran corazón. Y el corazón que dio a Jesús no quitará el bien a los que andan rectamente (cf. Sal. 84:11).