Cuando un cristiano —que ha estado en la escuela de Cristo y ha sido instruido en el arte del contentamiento— tiene riquezas, piensa de la siguiente manera: «Puesto que tengo más riqueza que mis hermanos, el bien de ella para mí consiste en esto: “Tengo la oportunidad de servir a Dios mejor, y disfruto en gran medida de la misericordia de Dios transmitida a mi alma a través de las cosas creadas. Y de este modo puedo hacer mucho bien”. Considero que el bien de mi riqueza radica en esto. Y ahora Dios me ha quitado esto. Si se complace en compensar [mi] disfrute de Él de otra manera (o me llama a honrarlo por medio del sufrimiento) y si puedo hacer por Dios tanto servicio ahora sufriendo como lo hacía en la prosperidad —es decir, al mostrar la gracia de Su Espíritu en mis sufrimientos—, entonces tengo tanto de Dios ahora como antes. Si puedo ser llevado a Dios en mi condición baja —tanto como estaba en mi condición próspera—, entonces tengo tanto consuelo y contentamiento como antes».