Cómo este anduvo haciendo bienes.
HECHOS 10:38
Quisiera esforzarme por inculcar al lector lo que Henry Martyn denomina bellamente «el placer de hacer el bien». Después de la comunión directa con Dios, la fuente más elevada y pura de disfrute que se nos abre en la tierra se encuentra en la expresión de la simpatía humana: en el ejercicio de la benevolencia cristiana. Ningún placer egoísta trajo jamás al corazón la paz, la alegría y la felicidad que un acto solitario de bondad hacia otro trae. Dios es feliz en el ejercicio de Su amor ilimitado. Los ángeles son felices en el cumplimiento de su misión benéfica. Y el hombre es feliz cuando sus afectos y simpatías viajan en busca de objetos en los que puedan descansar. ¡Oh, el lujo de borrar una pena del corazón, una sombra de la frente y una lágrima de los ojos! Es en este vivir para el bien de los demás —especialmente en la búsqueda de su felicidad espiritual y eterna— donde hemos encontrado un medio muy poderoso para promover la piedad vital en nuestras propias almas. La religión de muchos del pueblo del Señor es enfermiza, débil, fría y sombría, solo porque es muy egoísta. ¿Quieren ser más vigorosos en sus almas? ¿Quieren progresar más en la vida divina? ¿Quieren combatir con más éxito las muchas dudas y temores que los asaltan? ¿Quieren tener una religión más feliz y soleada, caminando más plenamente en la luz de la faz del Señor? Entonces levántense y trabajen en la viña de su Señor. Busquen la conversión de los pecadores perdidos, el consuelo de los pobres santos, el mejoramiento de la miseria humana en alguna de sus muchas formas, y vayan haciendo el bien como su Maestro, y entonces se cumpliría en la feliz experiencia de sus almas la preciosa promesa: «Saliste al encuentro del que con alegría hacía justicia, de los que se acordaban de ti en tus caminos» (Is. 64:5).