Cuando el alma que tiene el favor de Dios está con más dolor, sabe que está en las manos de un tierno y hábil Médico que no solo encuentra la afectación, sino que avanzará y completará su curación. Por lo tanto, se anima a sí mismo en confiar en Él, en quien él alabará como la salud de su rostro y su Dios. Sabe que cuando sea derribado por la enfermedad, los brazos eternos estarán rodeándolo. Sabe también que será fortalecido en su alma cuando su cuerpo comience a decaer. Pero cada pequeña cruz es una carga demasiado pesada para que la soportemos sin el favor de Dios. Cuando un hombre piensa así consigo mismo: “Estos dolores que experimento son las heridas de un enemigo”; cuando un hombre no ve nada más que lo que es lúgubre, oscuro y problemático; cuando no tiene la perspectiva de una luz que amanecerá y se acercará, ¡cuán triste y cuán abrumado estará! ¡Cuán pequeña será la cosa que nos hundirá cuando se haya apartado el Consolador que puede aliviar nuestras almas? (Lm. 1:16).