Aunque ciertamente, como la misma persona observa (Fautheur Sermons, first part, p. 132): “Los caldeos antiguamente medían su día natural de manera diferente a los israelitas. Ellos ponían el día primero y la noche después. Por el contrario, los israelitas los ponían según el orden observado en la creación, porque que en el principio las tinieblas estaban sobre la faz del abismo y que cada uno de los seis días se dice que la tarde y la mañana hacían el primer día. De la misma manera, los tiempos del mundo y de la Iglesia son diferentes. El mundo comienza con el día de la prosperidad temporal y termina con una noche de oscuridad y angustia que es eterna. Pero la Iglesia, por el contrario, comienza con la noche de la adversidad, que sufre por un tiempo, y termina con un día de consolación que tendrá para siempre”. El profeta en el Salmo 30 comienza con la ira de Dios, pero termina con Su Favor. En la antigüedad cuando se tenía que entrar al Tabernáculo, al principio se veían cosas desagradables como los cuchillos de los que sacrificaban, la sangre de las víctimas, el fuego que ardía sobre el altar y que consumía las ofrendas. Pero cuando pasaban un poco más allá, estaba el lugar santo, el candelabro de oro, el pan de la proposición, el pan, el altar de oro sobre el que se ofrecían perfumes, y al final, estaba el lugar santísimo, el arca del pacto, el propiciatorio, y los querubines, lo cual era llamado la faz de Dios.