Para el piadoso las aflicciones son medicinales, pero para el impío son penales. Para uno son en amor, para el otro son en ira. Para uno son los precursores de la mañana, pero para el otro las sombras de una noche eterna. A menudo Su pueblo es derribado por sus temores, por Satanás y por el mundo; pero pueden decir a menudo lo siguiente: “Tú, enemiga mía, no te alegres de mí, porque aunque caí, me levantaré; aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz” (Mi. 7:8). Pueden estar abatidos, pero pueden decir como David: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío” (Sal. 43:5).