Descansa en el Señor, y espéralo pacientemente.
SALMO 37:7
Es justamente esta simple y paciente espera en Dios en todas nuestras dificultades lo que cierta y eficazmente resulta en nuestra liberación. En todas las circunstancias de la prueba de la fe, de la demora de la oración, de la esperanza diferida, la postura más apropiada y llena de gracia del alma ―la que asegura el mayor ingreso de bendición para nosotros y de gloria para Dios― es una espera paciente en el Señor. Aunque nuestra impaciencia no hará que Dios rompa Su pacto, ni viole Su juramento, una espera paciente traerá mayores y más ricas bendiciones. La disciplina moral de la paciencia es muy costosa. Mantiene el alma humilde, creyente y orante. La misericordia que resulta de ella es tanto más preciada y preciosa por el largo tiempo de espera esperanzada. Es posible recibir un retorno demasiado rápido. En nuestro afán por agarrar la misericordia con una mano, podemos perder el control de la fe, de la oración y de Dios con la otra. Una espera paciente del tiempo y el modo en que el Señor aparecerá en nuestro favor tenderá a frenar todos los recursos e intentos indignos e imprudentes de autorrescate. Una liberación inmediata puede comprarse a un precio demasiado caro. Su sabor presente puede ser dulce, pero después puede ser amargo. Dios amarga la bendición que no fue buscada con un solo ojo para Su gloria. El tiempo de Dios, aunque se demore, y la liberación de Dios, aunque se retrase, cuando llega siempre resulta haber sido la mejor: «Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de él es mi esperanza» (Sal. 62:5).