Pablo se llama a sí mismo el primero de los pecadores y admira la gracia de nuestro Señor que hacia él fue muy abundante (cf. 1Ti. 1:14). Y en otro lugar, él nombra las misericordias del evangelio, las riquezas extraordinarias de la gracia de Cristo (Ef. 2:7). Como siempre que quieras que el favor de Dios continúe, lucha contra todo orgullo. Un hombre es entonces orgulloso:
1. Cuando se atribuye aquello que ha recibido de Dios a sí mismo, a su propio esfuerzo, sabiduría o prudencia.
2. Cuando se atribuye o espera por mérito aquello que es un regalo gratuito.
3. Cuando cree que tiene lo que no tiene.
4. Cuando desprecia a los demás y se cree preeminente.
Es habitual que tomemos las medidas del orgullo por la vestimenta, por el comportamiento exterior, por el gesto o por el uso de algunas modas menos graves o decentes. Y, en efecto, puede haber un exceso en estas cosas que puede ser muy justamente reprochable. Pero, amigos míos, hay un orgullo peor que todo esto: el orgullo espiritual. Este orgullo tiene en sí la imagen misma del espíritu apóstata y es verdaderamente diabólico. Cuando un hombre está orgulloso de las gracias o de los dones de Dios, el favor divino es alejado, lo cual no lleva a que estemos cubiertos de vergüenza y de aflicción.