Cuídate de perder tu imponente sentido de Dios y cuídate de atreverte a pecar. Cuídate de obedecer al diablo, quien quiere que seas abandonado por Dios como él mismo lo está; y quien, al estar excluido del cielo, quiere impedirte que llegues hasta allí o, al menos, quiere hacer que vaya incómodamente hasta allí. Si él no puede impedirte que camines hacia esa Jerusalén, procurará hacer que te detengas o que vayas con dolor hasta allí. Pero, para evitar esto y todos sus maliciosos designios, sé ferviente en espíritu, sirviendo al Señor. Y en su primera retirada, no te quedes quieto hasta que encuentres a Aquel que tu alma ama. Al ver que ahora floreces en los Tribunales de Dios, cuídate de arruinar tu propio fruto. Al ver que estás fijo en la Roca de la Eternidad, cuídate de levantar tu propia ancla, no sea que tu barco sea conducido a las arenas y tu esperanza naufrage.