Para que no pierdas el favor de Dios que es tu vida, debes evitar toda pereza. ¡Qué esfuerzos ha hecho Dios! ¡Qué exhortaciones y qué promesas ha usado para acercarnos a Él! ¡Qué dificultades y sufrimientos ha pasado Cristo para ganar tu amor! ¿Y no harás nada en respuesta a ese favor suyo que es otorgado de manera tan misericordiosa y que es comprado tan caro? Sé prudente y camina cerca de tu Dios. Cuídate de todo lo que pueda provocar la ira de tu Padre. Porque, aunque Él no se deshace de una relación tan afable, Su ira es muy terrible. Te ruego que tengas mucho temor de todas las recaídas internas y de las decadencias espirituales. Y que el calor de tu primer amor ardiente a Dios no se desvanezca de nuevo, que la insensibilidad que está en Su desagrado no te robe por grados, y que de un menor grado de celo no venga una indisposición total en tu corazón. Porque, una vez que empiezas a deslizarte, la bajada es fácil. En cuanto tengas sueño, despiértate con esos poderosos motivos que puedes sacar de la Palabra de Dios: de Sus Promesas y de Sus amenazas. Los siervos perezosos no tendrán nunca la aprobación de su Señor. Tienes buenos estímulos, múltiples ayudas y la perspectiva de una gran recompensa. ¿No vale nada tu gozo, tu paz, tu consuelo y tu esperanza presentes? Si es así, no permitas que ningún peligro o dificultad te haga desprenderte de estos estímulos, sabiendo que te puede costar caro si llega a perderse.