No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.
HEBREOS 4:15
Obsérvalo llevando nuestras enfermedades y nuestras angustias; más aún, llevando nuestras iniquidades y nuestros pecados. No pienses que tu camino es un camino no transitado. El Dios encarnado lo ha recorrido antes que tú, y puede darte el ojo claro de la fe para ver Su huella en cada paso. Jesús puede decir, y ciertamente te dice lo siguiente: «Conozco tu angustia; sé lo que es esa cruz, porque yo la he llevado. No tienes una carga que yo no haya llevado, ni una pena que no haya sentido, ni un dolor que no haya soportado, ni un camino que no haya recorrido, ni una lágrima que yo no haya lagrimeado mi ojo, ni una nube que no haya ensombrecido mi espíritu, ante ti y por ti. ¿Es debilidad corporal? Una vez caminé cuarenta millas para llevar el agua viva a una pobre pecadora en Samaria. ¿Es el dolor del duelo? Lloré ante la tumba de mi amigo, aunque sabía que estaba a punto de devolver a la vida al ser amado. ¿Es la fragilidad y la inconstancia de la amistad humana? Me quedé mirando y oyendo cómo negaban mi persona unos labios que antes me hablaban con bondad; unos labios que ahora renuncian a mí con un juramento que antes juraban afecto hasta la muerte. ¿Será la estrechez de las circunstancias, el sentido penoso de la dependencia? No fui ajeno a la pobreza, y a menudo fui alimentado y sostenido por la caridad de otros. ¿Es que no tienes casa ni amigos? Así era yo. Las zorras tienen sus guaridas y los pájaros sus nidos, pero yo, aunque era el Señor de todo, no tenía dónde recostar la cabeza (cf. Mt. 8:20). Y a menudo pasaba día tras día sin que hubiera sobre mis oídos los acentos tranquilizadores de la amistad. ¿Es la carga del pecado? Hasta eso llevé en su acumulado y tremendo peso cuando colgaba maldito en el madero».