Uno de los propósitos que Dios tiene en la continuación de las turbaciones y aflicciones espirituales, y en el sentido de la extensión de Su ira, es que Cristo puede ser para siempre muy valioso para nosotros desde nuestra propia experiencia. Cuando estamos tranquilos y pensamos en nosotros mismos, rara vez pensamos en Él. Pero nuestro dolor y nuestra aflicción, nuestra culpa y nuestros miedos; la visión de nuestro peligro actual y de la ira que se aproxima; todo esto nos hace correr hacia este Médico y pedirle ayuda cuando nos hundimos. Esto nos hará extender nuestras manos y decir: “Señor sálvanos, o pereceremos” (Mt. 8:25). Nunca un pobre hombre pediría limosna con más vehemencia que lo que nosotros le pediremos ayuda. Nunca un enfermo, después de un fuerte y violento dolor, anhelaría más tiempo para descansar y ser curado que nosotros para con Cristo. Habiendo caído entre los leones, habiendo sido esclavos del miedo y habiendo estado en cautiverio por las tentaciones de Satanás, ¿acaso no nos sacudiremos con gusto de nuestras cadenas y abrazaremos la libertad y la salvación cuando nuestro Señor venga a liberarnos? La lucha de Él por ser nuestro Salvador nos hará correr a Su encuentro y decir: “Bienvenido, Tú único Amigo de nuestras almas; bienvenido, Tú querido Médico y Sanador de nuestras almas. Hosanna al Hijo de David, bendito es el que viene a nosotros en el nombre del Señor”.