Un pobre ignorante que toma un medicamento (y el medicamento funciona) puede creer que lo matará porque no conoce las enfermedades que hay en su cuerpo y, por lo tanto, no comprende qué tan adecuado es el medicamento para él. Pero si un médico se hace una purga y lo pone extremadamente enfermo, él dirá: «Prefiero mejor esto; funciona en el problema que sé que es la causa de mi enfermedad». De esta manera, el hombre que tiene conocimiento y comprensión de su cuerpo y de la causa de su malestar, no está preocupado ni inquieto. De esta forma estaríamos si conociéramos los desórdenes de nuestros propios corazones. Los hombres y mujeres carnales no conocen sus propios espíritus y, por lo tanto, se frustran e irritan con cada aflicción que les sobreviene. Ellos no conocen qué desordenes hay en sus corazones que pueden ser curados con sus aflicciones, si a Dios le agrada darles un uso santificado de ellos.