Uno de los propósitos de Dios en cuanto a las continuas aflicciones y un largo sentido de Su ira sobre nosotros es para que podamos admirar siempre la libertad de Su gracia cuando seamos liberados. ¡Oh, con qué maravilla debemos contemplar Su condescendencia y Su curación para con nosotros, de modo que vertió vino y aceite cuando nuestras heridas eran muy profundas! Él no permitió que nos desangráramos hasta la muerte cuando estábamos sangrando por dentro y cuando ninguna criatura y ningún amigo en la tierra podía ayudarnos. Cualesquiera que sean los dones que tengamos, cualquier ventaja sobre otros en conocimiento y en comprensión, cualquier oportunidad que tengamos de hacer el bien, y cualquier celo que usemos para hacer lo que esa oportunidad nos ofrece, debemos decir con Pablo: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y Su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1Co. 15:10). La mano de Dios es tan fuerte y Su sabiduría es tan admirable que se vuelve para nuestro beneficio y ventaja no solo los males que son causados por los eventos de la cruz o por el mundo, sino por los que cometemos nosotros mismos que parecen ser contrarios a nuestra salvación: los pecados de los que somos culpables. Él cambia estos venenos en medicina y estos escándalos en edificación. Y desde la más densa oscuridad nos trae luz.