«La vanidad de vanidades, todo es vanidad» (Ec. 1:2). Esta es la lección que aprendió el sabio: las cosas creadas en sí mismas no pueden hacernos ni bien ni daño; todo no es más que viento. No hay nada en las cosas creadas que sea adecuado para que el corazón lleno de gracia se alimente para su bien y felicidad. Hermanos míos, la razón por la que no tienen contentamiento con las cosas del mundo, no es porque no tienen suficientes de ellas —esa no es la razón—, sino porque no son cosas proporcionales a sus almas inmortales, que son susceptibles a Dios mismo. Muchos hombres piensan que la razón por la que no tienen contentamiento cuando tienen problemas es porque tienen muy poco del mundo, y que entonces estarían contentos si tuvieran más. Eso es como si imagináramos a un hombre hambriento que mantiene su boca abierta para atrapar el viento con el propósito de satisfacer su ansioso estómago, y que luego piense que la razón por la que no está satisfecho es porque no ha obtenido suficiente viento.