Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida.
APOCALIPSIS 21:6
La gracia que está en Cristo Jesús debe ser incomprable por su propia naturaleza. Implica una pobreza absoluta en la criatura y una afluencia infinita en Dios. Si fuera posible comprarla, dejaría de ser lo que es ahora: «la gracia de Dios». Debido a que es tan grande, tan rica e infinita, Dios la ha hecho tan gratuita como el sol, la luz y el aire. Nada puede procurarla. Las lágrimas no pueden, las convicciones no pueden, la fe no puede, la obediencia no puede, la oración no puede e incluso ni la obra más costosa del Espíritu de Dios en el alma puede procurar una gota de esta «agua viva». Dios la da, y la da, como implica la palabra, gratuitamente. Esta es su gloria: es un don que no se puede comprar y que se otorga gratuitamente. No se concede en otras condiciones. En consecuencia, no se excluye ninguna condición del carácter humano, ni ningún caso de culpa humana. El más vil de los viles, el pobre pecador quebrado, el necesitado, el miserable, el sin dinero; la voz de la gracia gratuita da la bienvenida a las «aguas vivas». ¿Qué te ha alejado tanto de esta fuente? Has tenido sed, has jadeado y has deseado, pero todavía tu alma no se ha llenado. Tal vez has estado buscando al Señor durante mucho tiempo, preguntando el camino y deseando la salvación. ¿Por qué no lo has encontrado? Has soportado la pesada carga del pecado, mes tras mes y año tras año, sin saber nada de un sentido de perdón, de aceptación, de adopción y de descanso. ¿Y por qué? Porque has tropezado con la gratuidad del don. Has esperado recibirlo como un santo, sin ver que Dios solo te lo dará como un pecador. Pero escucha la palabra del Señor: «Por gracia sois salvos»; «redimidos sin dinero»; «nada que pagar»; «el que quiera, que tome del agua de la vida gratuitamente» (Ef. 2:8; Is. 52:3; Ap. 22:17). Recibe en tu corazón esta verdad y serás feliz. Toda la creación parecerá sonreírte, los cielos sonreirán, la tierra sonreirá e incluso Dios mismo sonreirá. Dejando caer su cadena, tu alma emancipada saltará a la gloriosa libertad de los hijos de Dios. ¡Qué soberanía, dulzura y gloria aparece entonces en el mismo acto que lo perdona todo, que lo olvida todo y que te introduce en un mundo nuevo, lleno de alegría y deleite!