La muerte no es una amiga:
¿Qué hemos logrado meditar sobre la muerte? ¿Habremos considerado nuestro postrer estado o simplemente lo tomamos con ligereza? Reflexionar sobre el morir no es algo muy sencillo, todos nosotros de alguna forma huimos a esta real situación, y muchas veces por temor no deseamos que se atraviesen por nuestras mentes las ideas de nuestra futura realidad. Sin embargo, evitar el tema no garantiza que la muerte no vendrá. La muerte no se encuentra exenta para los creyentes ni para ningún individuo existe inmunidad. Ningún ser humano ha dejado de experimentarla. La muerte ha sido la paradoja del ser humano, la cual considerablemente es un misterio y se hace difícil definir. Cuando observamos a las Escrituras podemos observar que la muerte no es legítimamente natural, sino que vino como resultado de castigo a la humanidad por desobedecer a Dios: «Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás» (Gn. 2:17).
La consecuencia por la desobediencia estaba determinada. Y aunque el castigo por desobedecer es la muerte («porque la paga del pecado es muerte» [Ro. 6:23]), ¡así lo afirma la biblia! Pero, además, debemos comprender que en su estado inicial el hombre tampoco era inmortal, ya que, aparte de este árbol, se menciona un árbol de vida: «Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre» (Gn. 3:22). La humanidad no estaba destinada a morir. El morir vino por causa del pecado cometido en contra de Dios.