A los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo.
ROMANOS 8:29
Aquí está el glorioso modelo de un hijo de Dios. La santificación es una conformidad con la imagen y el ejemplo de Cristo. Cuanto más crece el creyente como Jesús, más crece en santidad. Y, por el contrario, mientras menos semejanza haya con Cristo en Sus principios, en el hábito de Su mente, en Su espíritu, en Su temperamento, en Su andar diario e incluso en cada acción y en cada aspecto, menos está avanzando en la gran obra de santidad. ¡Oh, cuántos que profesan Su amado nombre y que esperan estar con Él para siempre, nunca se detienen a considerar qué semejanza tienen con Él ahora! Y si trataran fielmente con la conciencia en el tan descuidado deber del autoexamen y si se ajustaran a esta gran norma, ¡cuán por debajo de ella se encontrarían! Cuánto en sus principios, en los motivos que los rigen, en su temperamento, en su espíritu y en su conducta diaria; cuánto en su andar por el mundo, en su comportamiento en la Iglesia y en su conducta más oculta en sus familias; se descubriría que no se parecen a Cristo. Cuánto de «lo de abajo», cuánto de «lo de arriba»; cuánto de la «imagen de lo terrenal», cuánto de la «imagen de lo celestial». Pero miren la imagen de nuestro querido Señor, ¡qué humilde y qué santa es! Miren Su pobreza de espíritu, la humildad de Su corazón, la humildad de Su comportamiento, la ternura, el perdón de las injurias, la abnegación, la oración, el celo por la gloria de Su Padre, el anhelo por la salvación de los hombres. ¡Oh, ser como Jesús y crecer como Él en todas las cosas, esto es «andar como es digno Señor para agradarle en todo» (Col. 1:10)! Esto es realizar «la voluntad de Dios, nuestra santificación» (1 Ts. 4:3). No olvidemos, pues, que un creyente que avanza es uno que crece en semejanza y conformidad con la imagen y el ejemplo de Cristo.