Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley.
SALMO 119:18
A la pregunta que a menudo se hace con insistencia: «¿Cuál es el mejor método de lectura para entender las Escrituras?» Yo respondería: «Léanlas con el único deseo y fin de aprender más de Cristo, y con oración ferviente por la enseñanza del Espíritu, de modo que Cristo sea desplegado en la Palabra». Con este sencillo método perseverante, no dejarás de comprender la mente del Espíritu Santo, en porciones que anteriormente pueden haber sido ininteligibles y oscuras. No te limites a reglas fijas o a ayudas humanas. Confía menos en diccionarios, mapas y anotaciones. Con un objetivo único, con un objeto específico de examinación y con una oración ferviente por la enseñanza del Espíritu Santo, «no tenéis necesidad de que nadie os enseñe» (1 Jn. 2:27). Más bien, cotejando Escritura con Escritura, «acomodando lo espiritual a lo espiritual» (1 Co. 2:13), puedes entrar sin temor en la examinación de los más grandes misterios contenidos en el volumen sagrado, con la seguridad de que el Salvador, cuyas glorias y riquezas buscas, se revelará a tus ojos «lleno de gracia y de verdad» (Jn. 1:14). ¡Preciosa Biblia! ¡Tan llena del Jesús precioso! ¡Cómo desaparecen todas sus nubes y tinieblas por la luz y belleza, cuando Él, el Sol de justicia, se eleva en la gloria del mediodía sobre su página! Escudríñala, lector mío, con el fin de ver y conocer más a tu Redentor, en comparación con lo cual nada más vale la pena conocer o dar a conocer. Ama tu Biblia, porque da testimonio de Jesús; porque despliega un gran Salvador, un Redentor todopoderoso; porque revela la gloria del Dios que perdona el pecado, en la persona de Jesucristo. Trata de desentrañar a Jesús en los tipos, de captarlo en medio de las sombras, de rastrearlo a través de las predicciones del profeta, los registros del evangelista y las cartas de los apóstoles. Todos hablan de Jesús y todos conducen a Él. «Ellas son las que dan testimonio de mí» (Jn. 5:39).